Aprendizaje digital o aprendizaje a través de lo digital
Por: DARWIN ORDOÑEZ ITURRALDE
Es inevitable hablar de los efectos que la pandemia continúa provocando en los entornos educativos virtuales. La mudanza fue muy deprisa y no permitió una planificación adecuada que permitiera que el aprendizaje online se convirtiera en una experiencia educativa vivificante, tanto para el estudiante como para el profesor.
Esta transformación digital, si se la comprendiera como una “crisis” que afecta a la institución y sus integrantes, podría desembocar en alguno de estos escenarios: 1) que esta transformación digital rompa con la forma rutinaria de hacer las cosas provocando con ello una nueva comprensión de los procesos educativos; 2) que no conduzca a la disolución de estas rutinas sino al establecimiento de nuevos procesos, abocando a sus integrantes a aprender un nuevo conocimiento o habilidad para evitar la obsolescencia; o 3) que provoque rechazo, escogiendo el mismo modo de hacer las cosas frente a la irrupción tecnológica. Podríamos hablar de un cuarto escenario si, finalmente se impone la tecnología, y esta es subutilizada o poco aprovechada por los miembros de la institución.
En tiempos del coronavirus (aún vivimos ese tiempo) la transformación digital podría ser aprovechada mucho más allá de las videoconferencias, que proponen un circuito cerrado de aprendizaje único, esto es, emisor-receptor, sin mayor interacción que preguntas sobre si el conocimiento desplegado ha logrado calar en el estudiante.
Tal vez por todo esto, el aprendizaje digital ha llegado a confundirse con el aprendizaje a través de lo digital, lo cual genera un sinnúmero de situaciones interactivas que no necesariamente desembocan en un aprovechamiento de las clases.
Si bien se cuenta con herramientas tecnológicas que permiten realizar presentaciones, entregar tareas, tomar lecciones, y similares, la tutoría que debe realizar el profesor para promover la participación, comunicación y colaboración, es casi nula, o solo se hace de manera superficial, y para mantener activo el modelo de enseñanza que margina –aún más– al profesor como mero transmisor de contenidos o tomador de evaluaciones.
No es lejano afirmar que, en esta época, el empleo de pantallas digitales con fines académicos tiene una relación proporcionalmente inversa al rendimiento académico, por los motivos ya expuestos, y mientras más se emplean estos medios, menores son las calificaciones.
Además, se sobreentiende que el estudiante universitario es un nativo digital nato, diestro en el manejo de herramientas tecnológicas, sin embargo, Hye Jeong Kim, Ah Jeong Hong y Hae-Deok Song, investigadores de la Universidad de Seúl, demostraron que si bien los estudiantes perciben positivamente las experiencias de aprendizaje electrónico en el campus, debe tener sólidas habilidades digitales para realizar el trabajo académico y comprometerse a participar con esfuerzo en el contexto del aprendizaje académico en entornos universitarios de aprendizaje electrónico, esto para lograr el éxito académico de los estudiantes en ambientes de aprendizaje virtuales.
Por lo expuesto, el éxito de la adopción de ambientes virtuales de enseñanza es lograr que los estudiantes sean más activos durante las clases, comprometidos, que sepan utilizar (o que aprendan a hacerlo) las herramientas y materiales digitales, apoyados en un enfoque pedagógico que implica el aprendizaje autodirigido, diseñado para profundizar el nivel de interacción de las actividades académicas estudiantiles, de manera que se alcancen experiencias enriquecedoras.
Sin embargo, parecería que el empleo de actividades digitales de aprendizaje crece de manera exponencial, dejando a un lado experiencias presenciales más enriquecedoras, como la lectura, la música, el arte, la oralidad o comunicación oral, el deporte, la interacción social, entre otras.
Tal vez estamos frente a una modificación cuántica de descerebración masiva, en la cual mientras más inteligentes son las aplicaciones que usamos, más sustituyen y desplazan a la capacidad de reflexión, de memorización, de análisis crítico y de creación de conocimiento, es decir, mientras más inteligente la aplicación tecnológica, más tontos nos volvemos los seres humanos. Basta preguntar a cualquier joven acerca de un tema y lo escucharemos contestar lo primero que aparezca en Google®.
Vale poner atención a lo que menciona el neurocientífico francés Michel Desmurget cuando afirma que “las pantallas afectan el lenguaje, la concentración, la memoria y el aprendizaje” porque “el tiempo que se pasa ante una pantalla por motivos recreativos, retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro”.
De ahí la importancia de que la educación no deba adaptarse a los medios digitales, sino, por el contrario, que sean los medios digitales los que se adapten a los objetivos educacionales. Todavía estamos a tiempo de tomar correctivos y hacer del aula virtual un verdadero centro de intercambio de ideas, que promueva interrogantes, donde todos opinen desde su experiencia y no solo desde el Internet.
Los desafíos del siglo XXI nos llaman a nosotros, como profesores, a ser quienes desarrollemos las habilidades que los estudiantes requieren, y que son cruciales para que alcancen los objetivos de aprendizaje trazados, así como los resultados y las metas curriculares de cada institución educativa. ¿Cómo lo lograremos? Aplicando herramientas y procesos de evaluación que midan la efectividad de las tecnologías educativas que aplicamos, lo cual también promoverá el aprendizaje personalizado y creará una generación de estudiantes preparados, con criterio y listos para enfrentarse a los desafíos.
Enlaces de interés:
https://doi.org/10.1186/s41239-019-0152-3
https://doi.org/10.1007/978-3-030-55878-9_4
Darwin Ordoñez Iturralde
Ingeniero Comercial. Diploma Superior en Economía Internacional. Magíster en Negocios Internacionales y Gestión de Comercio Exterior. Doctor en Educación.
Dicta clases de Comercio Internacional; Banca y Seguros; Gestión por Procesos; y, Análisis Financiero en la carrera de Administración de Empresas de la ULVR.