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El valor de la mujer en la educación

Maestra segura

Por: MARÍA GABRIELA MARÍN FIGUERA

El papel de la mujer en la sociedad históricamente ha sido fundamental, aunque, no siempre bien ponderado o reconocido en la que su representación estuvo anclada en modelos de sumisión o dependencia. Sin embargo, su presencia y voz marca desde el nacimiento de cada ser humano las condiciones para la construcción de cultura, valores y modos de vida. En este sentido, su rol como educadora es la piedra angular en la formación que inicia en el hogar y que continúa en los espacios formales de la escuela. En fin, la voz y acción de la mujer tiene el poder de producir cambios en la cultura y la sociedad, haciéndolas más humana y justa. 

 

Ha surgido a inicios del siglo XXI, un grupo de mujeres que impulsan un movimiento de promoción de su valor y papel en la sociedad desde el reconocimiento y la visibilización destacando la capacidad, aportes y logros en el desarrollo de los pueblos, la sociedad y la ciencia. Es un movimiento que pretende que la identidad de la mujer no esté determinada por la dialéctica del enemigo entre ella y el hombre. Lo que no significa que las nuevas  activistas hayan dejado la búsqueda de la justicia y el respeto de la dignidad y los derechos de la mujer, pero ya no desde el resentimiento y el odio, sino desde su valor histórico y papel fundamental en la sociedad. Esto quiere decir, que la representación de la mujer y lo femenino se va redimensionando desde el enfoque de ella como productora de cultura, es decir, la mujer es la que sienta en las sociedades las bases de la práctica educadora, los valores y la interpretación del mundo de todos los que habitan el espacio humano. 

Esta función cultural de la mujer le da el poder para transformar el mundo. La voz que desde el nacimiento acompaña al niño es la de la madre. En sus manos está el afianzar estereotipos y modos de vivir o producir la ruptura hacia modos más humanizados y responsables. Sin embargo, es importante, que la mujer se apopie de esta conciencia de su influencia y capacidad de gestar mentalidad desde los primeros años de la infancia de todos.

En la educación el papel de la mujer ha sido indiscutiblemente fundamental. En la mayoría de los relatos y representaciones de la relación entre el hijo y la madre se muestra como la voz materna siembra las semillas de la humanidad o reafirma la idea de poder y violencia. Ejemplo de esto, lo vemos en la narración de la vida de San Agustín y el rol que desempeña su madre. También subyace en la representación de la mujer en la antigüedad como oráculo o consejera para los asuntos que involucran grandes decisiones para la vida. 

Comenio en la Didáctica Magna coloca en la metáfora de la madre de los polluelos y la nodriza el sentido de la educación primera. La madre provee las condiciones de existencia corpórea y de la vida social. Es decir, en el cuidado del inicio de la vida favorece y propicia su disposición a lo que constituye el valor de lo humano y lo social. Este papel lo destaca también el filósofo y educador español Fernando Savater al escribir Carta a la maestra, como prólogo de su libro El valor de educar, no lo hace solo porque estadísticamente la mujer ocupa este lugar mayoritariamente en el sistema educativo, sino porque también es “una ofrenda de amor” a quien le enseñó los primeros valores de lo humano. 

La mujer como educadora trasmite formas valorativas y estimativas de la realidad. Es decir, no trasmite meros contenidos, sino los sentidos y significados que luego orientaran el proceder de la vida, la forma de estar en el mundo. En este sentido, la voz de la mujer deja de convertirse en eco para ser la voz que orienta los pasos en el camino del vivir de los que llegan al mundo de lo humano, lo social, lo comunitario.

En Ecuador, históricamente el magisterio también ha sido ocupado por mujeres valiosas, que además impulsaron la educación más allá del aula. El trabajo Educación de las mujeres, maestras y esferas públicas (2007) de Ana María Goetschel presenta el papel y las luchas de la mujer ecuatoriana que construyeron para todos una educación de calidad e inclusiva, así lo narra en su libro cuando relata que “Dolores Cacuango había pedido a diversos gobiernos que fundaran escuelas en su comunidad, pero al no ser atendida creó la primera escuela en su propia casa (con su hijo de profesor) y luego tres escuelas más a cargo de maestros indígenas quichua parlantes.”

Hoy por hoy la maestra ecuatoriana sigue siendo el impulso de la educación y del progreso en comunidades vulnerables, pobres, abandonadas por la indiferencia del Estado. Este es caso de la maestra Carolina, que se cuenta entre muchos otros, que recorría en bicicleta las calles de Playas en la provincia de Guayas del Ecuador, brindando con su pizarra a cuestas las clases que no podían los niños recibir por falta de internet durante la pandemia (El Comercio, 11 de junio de 2020). 

En conclusión, la mujer, madre, docente, líder, ciudadana, tiene en sus manos la responsabilidad de encaminar, desde el nacimiento, al niño y a la niña a un mundo de justicia, paz, democracia, inclusión e igualdad. La voz femenina pone en el oído la corrección cálida y los valores de los hombres y mujeres que habitarán la cultura y la ciudad. Este es el valor educativo más fundamental de la mujer: producir cultura y humanidad.

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María Gabriela Marín Figuera

Doctora en Educación. Carrera de Educación Inicial de la Facultad de Educación de la ULVR.

mmarinf@ulvr.edu.ec

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